21a. No se puede encarecer[1] lo que el alma padece en este tiempo. es a saber, muy poco menos que en el purgatorio.
21b. No habría yo ahora ar a entender esta
esquivez cuánta sea y hasta dónde llega solo que en ella se pasa y se siente.
21c. Sino con lo que a este propósito dice
Jeremías con estas palabras:
21d. Jeremías 3, 1-9: Yo varón, que veo mi
pobreza en la vara de su indignación; hame amenazado y trájome a las tinieblas
y no a la luz; tanto ha vuelto y convertido su mano contra mí. Hizo envejecer
mi piel y mi carne y desmenuzó mis huesos; cercóme en derredor y rodeóme de
hiel y trabajo; en tenebrosidades me colocó como muertos sempiternos; edificó
en derredor de mí, porque no salga; agravóme las prisiones; y demás de esto,
cuando hubiere dado voces y rogado, ha excluido mi oración; cerróme mis caminos
con piedras cuadradas y trastornó mis pisadas y mis sendas.
21e. Todo esto dice Jeremías, y va allí
diciendo mucho más.
21f. Que, por cuanto en esta manera está Dios
medicinando y curando el alma en sus muchas enfermedades para darle salud, por
fuerza ha de pensar según su dolencia en la tal purga y cura.
21g. Porque aquí le pone Tobías el corazón
sobre las brasas, para que en él se estrique[2]
todo género de demonio.
21h. Tobías 6, 8: “Él respondió: Si un hombre
o una mujer padecen ataques del demonio o de un mal espíritu, quemas el corazón
y el hígado del pez ante ellos y el humo hará desaparecer para siempre los
ataques”.
21i. Y así, aquí van saliendo a luz todas sus
enfermedades, poniéndoselas en cura, y delante de sus ojos a sentir.
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